

Cuando llegaba
a casa mi pelo olía mal, mis uñas amarillenteaban, mi bolso estaba lleno de polvo de tabaco y a
veces odiaba mi tos.
Un día me
desperté por la maña y decidí retarme a mi misma aguantando hora tras hora sin
fumar, hasta llegar aquí, pasados unos meses.
La angustia y la ansiedad desaparecieron casi sin darme cuenta y mucho
antes de lo que esperaba. En el fondo no fue tan difícil como siempre había creído.
Nunca tiré los
cigarrillos (aun hay en casa), nunca tiré los encendedores (aun llevo en los
bolsos) y siempre continué tomando café.
Continué permitiendo a fumadores a mi alrededor y sabéis por qué? Porque
para mí dejar de fumar fue un acto de valentía. Quise demostrarme a mí misma
que mi poder de la mente era mayor que la nicotina. Probablemente no era el mejor momento para
dejar de fumar, pero sí estaba pasando por el mejor momento emocional y estaba
preparada para ganar.

Dejar de fumar es como una guerra: si no ganas, morirás. El tabaco o yo, y decidí ganar yo. Y lo único de lo que me arrepiente es no haberlo hecho antes. Pero en la vida, para todo hay un momento y yo ahora sí lo supe aprovechar.

He querido
compartir mi experiencia porque yo siempre pensé que jamás lo dejaría. Siempre tuve
miedo de pasarlo mal, de sufrir, de engordar, de convertirme en una
cascarrabias.
Pero hoy he
vencido la batalla y lo he hecho sola, sin tratamiento, sin medicación, sin
ayuda. Yo y mi otro yo hemos logrado convencernos para tomar esta decisión y
mantenerla cada día.
Es cuestión de
valentía, nada más.
Comentarios
Publicar un comentario