Un amigo
tocó fondo al perder su trabajo. Sintió que su empresa le había destruido la
vida al apartarle del grupo de forma tan dura y radical. En realidad, el
fracaso le provocaba más dolor que la pérdida del empleo en sí.
Él se había
entregado y dedicado durante meses a un proyecto en el que creía. El
sentimiento de injusticia le generó un mal estar tremendo porque había perdido
una batalla sin merecerlo. Injustamente había sido rechazado y su proyecto había
quedado en nada.

Las
injusticias nos generan impotencia, ira e incomprensión porque no estamos
preparados para afrontarlas, porque nunca nadie nos ha enseñado cómo hacerlo.

A mi
entender de las caídas deberíamos aprender algo. Cuando sentimos el rechazo o
la injusticia tan de cerca, deberíamos sentir una motivación interna que nos
empuje a pasar a otro proyecto, centrarnos en algo nuevo que nos de fuerza para
volver a ganar.
Si
perdemos una promoción por la que siempre habíamos luchado, en lugar de
llamarlo injusticia, deberíamos concentrar nuestros esfuerzos en saber en qué
hemos fallado, en buscar otra motivación personal, tal vez en más formación o
en un cambio profesional.
No conseguir
nuestras metas no significa que hayamos fracasado en el intento. Hemos
aprendido que a veces las cosas no salen como pensábamos. El margen entre
derrota o victoria es muy claro, pero la diferencia entre éxito y fracaso no
existe.
Tener éxito
o haber fracasado son autovaloraciones en función de las metas que nos hayamos
marcado.
La gente
que nos rodea sabe si hemos conseguido o no el objetivo por el que estábamos
luchando, pero ellos no juzgan nuestro éxito o fracaso, porque estos juicios
son más personales. Los que marcamos
nuestras metas, valoramos los resultados y analizamos los pasos a seguir, somos
solamente nosotros.
Me
aterra ver cómo la juventud actualmente
asocia todos los retos de la vida al éxito y al fracaso. Si tengo un trabajo,
tengo éxito; si me deja la pareja, soy un fracaso; si tengo coche, tengo éxito;
si no soy popular, soy un fracaso. Está
claro que algo mal estamos haciendo. En los años 70 y 80 estos términos no
formaban parte del vocabulario común.
Hoy se repiten constantemente.

Clasificamos
las experiencias en éxitos o fracasos y no debería ser así. Pensamos que llegar
al objetivo es ganar y no hacerlo, es perder. Por eso, cuando nos encontramos
con rocas en el camino, y caemos, éstas se convierten en nuestras injusticias
que nos han privado del éxito.
A veces
las rocas nos dan la oportunidad de hacer un parón en el camino, para
reflexionar. Lo fácil es buscar factores externos, injusticias, que nos
autoconvencen de que no fue nuestra culpa. De esta reacción no aprendemos nada,
no crecemos personal ni profesionalmente para prepararnos para el próximo
proyecto.

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