Las empresas prefieren a los empleados motivados pero ¿Sabemos qué motiva realmente a las personas que trabajan con nosotros?
He tardado meses, quizá años, en darme cuenta que por encima del salario, mis equipos se sentían motivados por el reconocimiento y por el tiempo que pasaba con ellos formándoles, enseñándoles, explicándoles, corrigiéndoles y marcándoles lo que esperaba de cada uno de ellos.
La palabra motivación es muy amplia pero a mi entender es la ilusión por la que cada una de las personas que forman mi equipo se levanta por la mañana, van a trabajar y dan de sí lo mejor de ellos. La motivación es una actitud positiva que una vez se consigue y se mantiene, no tiene precio.
Al principio de mi proyecto contrataba personas que querían trabajar por necesidad, que a menudo se quejaban del salario, de tener que trabajar los sábados y de innumerables cosas que me consumían día a día mientras yo buscando una solución a toda costa. Era como tener varios frentes abiertos que cuando solucionaba uno, se escapaba otro.
Hasta que con el tiempo conseguí entender el paradigma de cada uno, qué les motivaba, qué necesitaban para estar felices y querer continuar en este proyecto. Dediqué meses a hablar con todos, a compartir, a escuchar y la solución a todo este laberinto fue cogiendo forma.
Los que habían comenzado a trabajar conmigo por necesidad lo empezaron a hacerlo por pasión y querían más, querían crecer dentro de la organización, querían demostrar que eran los mejores, daban cada día más de sí. A medida que dedicaba más tiempo con ellos y reconocía públicamente el trabajo que estaban haciendo, más comprometidos estaban. A medida que subían en la complicada escalera empresarial, más a gusto se encontraban, más se profesionalizaban y más crecían personal y profesionalmente.
Les dediqué tiempo, les enseñé, les hice crecer, les hice sentir importantes, les hice sentir la pasión y les dejé volar libres. Cada vez que su motivación bajaba de forma esporádica o temporal me pedían que pasara más tiempo con ellos, que les marcara nuevos retos, nuevos objetivos, querían sentir más presión.
Pero por encima de todo nació una manera de conectar con los equipos que hasta entonces era desconocida para mía. Entonces llegaron los aumentos de sueldo y entre sus agradecimientos siempre estaba la frase “No es por el dinero, para mí es más importante que hayas confiado en mí” o “ Más que el dinero, me hace feliz que hayas pensando en mí”.
Así construimos un equipo que antes era solo un grupo con fugas incontrolables.
Desde hace ya un año, somos ya una familia, así lo llaman ellos mismos. Tengo aproximadamente a unas 15 personas totalmente entregadas y comprometidas, que siguen agradeciendo cada reconocimiento privado y público que hago de ellos, que siguen motivados y transmiten la misma pasión de “Sigue así y llegarás lejos, sino, fíjate en mí” a otras personas que ahora ellos dirigen.
He descubierto que el tejido empresarial es como una pirámide. En función del líquido que tires desde arriba, lo que llegará a la base valdrá más o menos la pena.
Las personas no trabajamos para empresas, entidades u organizaciones, trabajamos para otras personas. En la capacidad de estas personas está que nuestra motivación crezca o disminuya. La motivación es un trabajo de las empresas, no de los individuos. Si creemos que la actitud lo es todo, tenemos que saber qué esperan de nosotros nuestros equipos y para ello, tenemos que saber qué les motiva.
Sin estas personas comprometidas las organizaciones no son nada. Cierto es que nadie es irremplazable, pero la cultura empresarial de las empresas se crea con la gente que las compone. Unos podrán irse y otros entrarán, pero la cultura quedará.
¿Qué nos motiva? ¿Alguien te lo ha preguntado alguna vez?
Muy bueno el post Silvia! estoy de acuerdo!
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